viernes, 31 de julio de 2009

Un buen artículo del compañero José Steinsleger (gracias a Los Necios)

Cuando los de arriba no pueden, y los de abajo no quieren. A un mes del cuartelazo de Tegucigalpa, los golpistas se despedazan entre sí y el pueblo hondureño, con su presidente legítimo a la cabeza, rompe los esquemas y se crece en la lucha nacional, revolucionaria, antimperialista.

¿Hay condiciones para la represión en masa de los zelayistas? Descartar esta opción sería tan ingenuo como pensar que el imperio se cortará las venas por la democracia hondureña.

¿Qué hacer con Zelaya? Punto clave de los golpistas internos y externos. En 1954, el presidente de Guatemala Jacobo Arbenz fue expulsado del país por un grupo de 300 mercenarios apoyados por la CIA. Y en otros golpes similares, varios gobernantes democráticamente elegidos aceptaron el desenlace fatal.

Manuel Zelaya, no. Zelaya parece no dispuesto a tolerar la infamia. Y en su cabeza (cubierta con el mismo sombrero Stetson de ala ancha que usaba Augusto César Sandino) parecen hervir ideas de fuerte simbolismo. ¿Será el primer gobernante que tras ser derrocado por un golpe militar retorna al cargo por la presión internacional?

¿Existía en Honduras una situación institucional peligrosa? ¿Cuál fue el pretexto para el golpe? ¿La propuesta de revisar aspectos de la Constitución impuesta por la dictadura del general Policarpo Paz García (1982), y tan ilegítima como la vigente en Chile, impuesta por Pinochet y acatada por los partidos de la llamada democracia modelo? ¿De qué democracia hablamos si la concepción última de la soberanía no radica en el pueblo?

Como suele decirse, cada país se ve a sí mismo con los ojos de su memoria. ¿Qué si el pasado corre el peligro de ser mistificado? Carece de importancia. En la coyuntura, mientras los golpistas hondureños se disputan los basureros de la historia, el presidente Manuel Zelaya no mueve el dedo del renglón y empieza a erigirse como un ciudadano digno de su pueblo.

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